Transmitir mediante la escritura
una sensación exige creatividad. Pensar en cómo lograr abrir el apetito por
vivir la experiencia de un horizonte que cambia cada minuto, en cada pedaleada,
buscar un método, quizás una estructura lo suficientemente simple para dar
cuenta de que lo bello está ahí, a la mano. Un horizonte que el llano permite
sentir a plenitud, el frescor de la oscuridad y sus texturas, visibles entre la
diversidad de nubes miradas a lo lejos. El viento que golpea el cuerpo, pero
que es sentido principalmente por las orejas, un sonido como cuando se
pronuncia la “u” aspirada, y moviéramos
la punta de la lengua de arriba abajo en la cavidad de nuestra boca. Claro
necesitaríamos un par de pulmones de 1.70mt para mantener la aspiración durante
un buen rato. La noche también sabe a mosquito, no podría decir qué clase de
mosquito, pero esta sabe a mosquito, digamos que es algo más pequeño que un
arroz inflado, y con más cantidad de proteína que cualquier arroz inflado.
Cuando el horizonte en el llano
empieza a dar visos del sol, un color naranja aparece, es algo similar a lanzar
una cubeta de pintura de naranja oscura. Es el instante en que la pintura toca
el material que se utiliza como fondo. Instantánea que se torna a ratos roja, a
ratos amarilla. El sol juega a ser ocultado por las nubes de la mañana, como un
velo que permite ir del amarillo, al naranja, al rojo; nubes que parecen una
tela gruesa rasgada y en movimiento constante, por ende en cambio continuo.
Puedo decir que esa sensación sabe a guayaba criolla, ese fruto que es más
pequeño que una guayaba común, fruto ácido que refresca el cuerpo cuando se
muerde o se sirve fría.
Este camino de ida y vuelta que
se siente cada vez más al pedalear, hace que los colores tengan sabor. Camino
lleno de verdes, sí muchos verdes. Verde que huele a mastranto, pues los
colores como han visto se pueden sentir, saben e incluso huelen. Por ejemplo,
el blanco sabe a guanábana. Incluso la textura del blanco se siente. El
amarillo sabe a miel, huele a miel, y se siente empalagoso, aunque a veces el
amarillo puede tener vida propia sea aguijoneando la piel, o sea sacudiendo las
alas de una mariposa. Sigo pedaleando.
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